jueves, 1 de julio de 2010

Fruto del Amor

Fruto de los dioses

Nota de Erika Irusta de AlmadeDoula.com

Hoy en el tren he tenido más que tiempo para reflexionar (he estado 1 hora parada entrevías por falta de suministro en la catenaria). Estaba leyendo el libro “Partería Espiritual” de Ina May Gaskin. En él una compañera de Ina May, Cara, escribe lo siguiente:

” Una y otra vez, he visto que la mejor manera de sacar un bebé afuera es acariciándote y abrazándote con tu esposo. Esa vibración amorosa y sexy es lo que mete al bebé ahí dentro, y es lo que también lo saca fuera”

Esta preciosa reflexión va acompañada de una foto tierna y sensual entre un papá y una mamá en trabajo de parto.

Leer esto y ver la fotografía me ha hecho estremecerme de placer. He podido visualizarme en esa situación. Siendo acariciada dulcemente por mi compañero entre ráfaga y ráfaga (tomo las palabras de Ina May para denominar a las contracciones, pues ráfaga dibuja un oleaje que es lo que son al fin y al cabo: olas de energía) He comenzado a sentir la sensualidad de sentirse amada y deseada en un momento tan mágico. A maravillarme de la continuidad de la bella danza que nos lleva, 9 meses antes, al momento en el que nos encontramos ahora: el alumbramiento.

Y algo en mi ha hecho clik.

Si venimos del amor entre dos cuerpos, dos almas, dos seres divinos en Unidad ¿no es acaso este amor el que nos va a impulsar hacia afuera? Sí, Michel Odent nos habló de casos (bastantes) en los que tras asistir el papá al parto éste huía (bien enfermando, bien no entrando en casa, bien abandonando a la familia). Nos explicó cómo antiguamente en el parto no entraban hombres porque ver a su mujer desatada, mamífera salvaje, provocaba un “desajuste” muy potente. El objeto sensual y misterioso de deseo se convertía en una fiera, en un ser plagadito de fluidos y torsiones imposibles. Y aquí es dónde ahora mismo me paro y pienso:

¿no será que nunca hemos podido mostrarnos al mundo como la mujer salvaje , sensual y desinhibida que somos? ¿es posible que hayamos permitido dibujarnos como aniñadas damiselas con aire de pícaras consentidas? Puede ser que el hombre pierda su líbido al comprobar que desconoce una parte potentísima de su compañera. Que a algunos hombres ver a una yegua descontrolada les asuste por miedo a no poder controlarla. Puede ser que nos hayamos creído que parir es un acto racional que se ejecuta a toque de abanico y pestañeo.

Ahora bien (voy reflexionando sobre la marcha) los machos de otras especies no están en los partos. Si bien las hembras procuran que los machos no se acerquen por miedo a que las crías sean dañadas por el resto de machos adultos (con las crías fuera de plano hay disponibilidad de procrear y establecer nueva manada con nuevos genes). Esto es que si no están no es porque “alucinen” con lo “animales” que se vuelven sus compañeras. Además de que ellos se encargan de los depredadores…

Bien, vuelvo a los mamíferos que mejor conozco (o eso creo).

Siento que el estereotipo de mujer planteado en nuestra civilización patriarcal es el que remueve inconscientemente a estos hombres y les hace querer salir corriendo (tras el parto). Ya que en un parto, la mujer, si se lo permite a ella misma y el entorno es seguro para “dejarse ir”, toma contacto con su cerebro primitivo, con el linaje milenario de las mamíferas. De tal manera que se transforma (yo creo que más que transformarse se permite manifestarse tal y como es) en una mujer potente, instintiva, terrenal, mística, sensual, sexual, carnal, etérea. Es la mismísima representación de Gaia. Manifiesta su divinidad por cada centímetro de piel, por cada mililitro de flujo.

Claro está, muy pocas mujeres saben de su naturaleza divina y además muy pocas lo integran en su día a día, por lo que muy pocos hombres han mirado a los ojos de la Diosa que reside en su compañera. Si éstas se permitieran vivir su diosa, si éstos buscaran esa mirada, siento que ningún hombre huiría, sino que decidiría quedarse para toda su eternidad al lado de este mágico ser.

Con esto no quiero decir que los hombres no sepan mirar, que las mujeres no podamos vivir bajo nuestra condición natural. Es más,si me dejo fluir, siento que muchos de ellos saben de nuestro linaje de diosas antes que nosotras. Son esos momentos en los que se preguntan cómo puede ser que nos amen tanto. Cómo es posible que nuestra sonrisa les atrape irremediablemente. Que nuestra mirada les haga cambiar de rumbo…

Yo siento que en el fondo todos y todas sabemos quiénes somos en realidad. Que el embarazo es un momento trascendental para tomar conciencia de nuestras raíces divinas, si no hemos podido hacerlo antes. Y que, una vez que nos descubrimos como diosas y dioses, podemos dar la bienvenida a nuestros hijos e hijas acompañados del mismo Amor que los invocó aquella tarde de verano.

Termino con una frase de Ina May:

“A un hombre le hace bien ver a su dama ser valiente mientras ella tiene a su bebé… lo inspira”

Añado: inspiración… divina.